Cómo defendernos de las cuatro tácticas preferidas por el maligno
agosto 14, 2014
Reconocer las tácticas del enemigo y los antídotos
Uno de los elementos clave en cualquier desafío es entender
las tácticas de su oponente y reconocer las sutilezas de la estrategia o
movimientos a que pueda recurrir. En la batalla espiritual tenemos que
desarrollar alguna sofisticación en reconocer, nombrar y entender las
sutilezas de las tácticas comunes del diablo.
Examinemos las cuatro tácticas comunes del diablo.
Jesús dice que el diablo fue un asesino desde el principio que no ha
permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla,
habla mentiras según su propia naturaleza, porque es mentiroso y padre
de mentira. (Juan 8:44).
El diablo nos engaña con muchas promesas falsas y vacías. La mayoría
de ellas están relacionadas con la mentira de que vamos a ser más
felices y más plenos si pecamos, o negamos aspectos de la
verdad. Cualquier placer viene con el pecado según él. Pero un grande y
acumulado sufrimiento viene con el tiempo con casi todas las actividades
pecaminosas. Sin embargo, a pesar de esta experiencia, los seres
humanos siguen siendo muy ingenuos, parece que amar promesas vacías pone
todo tipo de falsas esperanzas en ellas.
El diablo también nos engaña al sugerir todo tipo de complejidades,
sobre todo en nuestro pensamiento. Y así pretende confundir y ocultar la
verdad fundamental de nuestra acción. Nuestra mente es muy astuta y le
encanta disfrutar la complejidad como una forma de evitar la verdad y
poner excusas. Así que, la connivencia con el diablo, nos entretiene con
infinitas complicaciones con la pregunta “¿Y si esto….? y ¿Qué pasa con
eso….?”. Junto con el diablo, proyectamos todo tipo de posibles
dificultades, excepciones o potenciales historias lacrimógenas, para
evitar insistir en que nosotros u otros debemos portarmos bien y vivir
conforme a la verdad.
El diablo también busca engañarnos con “palabras engañadoras”. Y así
el desmembramiento y asesinato de un niño por el aborto se convierte en
“libertad reproductiva” o “elección”. A la sodomía se llama “gay” (una
palabra que se usa para significar “feliz”). A nuestra fe luminosa y a
la sabiduría antigua se llama “la oscuridad” y “la ignorancia”. A la
fornicación se le llama “cohabitación”. Y la redefinición del
matrimonio, es llamada “libertad del matrimonio.” Y así, a través de
exageraciones y falsas etiquetas, el diablo nos engaña, y con demasiada
facilidad llama bueno, lo que Dios llama pecado.
El diablo también nos engaña a través de la gran cantidad de
información. Información no es lo mismo que verdad, y los datos se
pueden montar muy hábilmente para hacer imágenes engañosas. Además,
algunos datos y cifras se pueden destacar, en exclusión de otras
verdades.Y así, la información o datos que son verdaderos en sí mismos,
se convierten en una forma de engaño. Los medios de comunicación y otras
fuentes de información, a veces ejercen un poder más grande que lo que
ellos nos informan. Y esto también es una manera por la que el diablo
trae engaños sobre nosotros.
Hacemos bien en evaluar cuidadosamente las muchas formas en que
satanás pretende engañarnos. No creas todo lo que piensas o
escuchas. Aunque no debemos ser cínicos, debemos ser sobrios, y tratar
de verificar lo que vemos y oímos con la verdad revelada de Dios.
Una de las oraciones finales de Jesús fue que seríamos uno (cf. Juan
17:22). Oró esto, en la última cena antes de sufrir y morir por
nosotros. En este sentido, destaca que un aspecto principal de su obra
en la cruz es la superación de las divisiones intensificadas por
satanás. Algunos sostienen que la raíz griega de la palabra “diabólica”
(diabolein) significa cortar, arrancar o dividir. Jesús ora y trabaja
para reunificar lo que divide el diablo.
El trabajo del demonio en la división comienza dentro de cada uno de
nosotros a medida que experimentamos muchas tendencias contrarias,
algunas nobles, creativas y edificantes, y otras de base, pecaminosas y
destructivas. Muy a menudo, luchamos dentro y nos sentimos desgarrados,
como Pablo describe en Romanos capítulo 7: el bien que quiero hacer, no
lo hago… y cuando trato de hacer el bien, el mal está a la mano. Esta es
la obra del diablo, dividirnos en nuestro interior.
Y, por supuesto, el ataque del diablo contra nuestra unidad interna,
se derrama en muchas divisiones entre nosotros externamente. Hay muchas
cosas que ayudan a manejar esta división, y el diablo seguramente se
nutre de todas: la ira, las heridas del pasado, resentimientos, miedos,
malos entendidos, la codicia, el orgullo y la arrogancia. Existe también
la impaciencia que tan fácilmente desarrollamos sobre nuestros seres
queridos, y la noción errónea de que de alguna manera, debe buscarse
gente más perfecta y deseable. Y así muchos abandonan sus matrimonios,
familias, iglesias y comunidades, siempre en busca de la meta esquiva en
la búsqueda de personas y situaciones mejores y más perfectas.
Sí, el diablo tiene un día de campo tocando toda una plétora de
tendencias pecaminosas en nosotros, pero su objetivo siempre es
dividir dentro de nosotros mismos y entre nosotros mismos. Haremos bien
en reconocer que, cualesquiera que sean nuestras luchas con los demás,
todos compartimos un enemigo común, que busca dividir y
destruirnos. Como escribe San Pablo: porque nuestra lucha no es contra
la sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra
los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales
de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12).
Ser distraídos es apartarse de lo que es nuestro principal objetivo o
tarea. Y para todos nosotros, el objetivo más importante es Dios y las
cosas buenas que nos esperan en el cielo. Nuestro camino es hacia el
cielo, en el camino de la fe y la obediencia a la verdad, al amor a Dios
y amor al prójimo. Y así el diablo hace todo lo que puede para
distraernos, es decir, alejarnos de nuestro único objetivo verdadero.
Lo hace cuando estamos absortos en las cosas pasajeras del mundo. Así
que muchos afirman que están tan ocupados que no tienen tiempo para
orar o ir a la iglesia, o buscar otras formas de alimento
espiritual. Llegan a estar tan absorbidos por las cosas del mundo que
pasan por alto la realidad duradera que se avecina.
Las ansiedades y temores también nos causan muchas distracciones. Y
por esto, el diablo hace que nos fijemos en los temores acerca de las
cosas que pasan, y temor del juicio que nos espera. Jesús dice: No
temáis a los que matan el cuerpo. Temed más bien a aquel que puede
destruir el alma y el cuerpo en el infierno (Mateo 10:28). En otras
palabras, debemos tener una santa reverencia y temor dirigidos hacia el
Señor, y de esta manera, muchos de nuestros temores se verán en mejor
perspectiva, o van a desaparecer por completo. Pero en esta cuestión del
miedo, el diablo dice todo lo contrario: debemos temer 10.000 cosas que
nos pueden afligir en este mundo que pasa, y que no pensemos en
absoluto en la cosa más importante para nosotros, nuestro juicio.
En el corazón de toda la desviación está que el diablo quiere que nos
enfoquemos en las cosas menores para evitar centrarnos en las cosas más
grandes, como una decisión moral y la dirección general de nuestra
vida.
Una vez más, tenemos que aprender a concentrarnos en lo más
importante, y decisivamente negarnos a ser desviados a cosas menores.
Como seres humanos, y desde luego, como cristianos, debemos tener
grandes aspiraciones. Esto es bueno. Pero como en todas las cosas
buenas, satanás intenta a menudo envenenar lo que es bueno. Para tener
altas aspiraciones, también es cierto que a veces nos falta la humildad
para reconocer que hay que hacer un viaje a lo que es bueno y lo
mejor. Demasiado fácil entonces, satanás nos impacienta con nosotros
mismos y con los otros. Y, con nuestras aspiraciones, que esperamos se
cumplan en el tiempo más rápido, llega la falta de caridad para con
nosotros mismos o para otros. Algunos se desaniman con ellos mismos o
con los otros y renuncian a la búsqueda de la santidad. Otros renuncian a
la iglesia debido a las imperfecciones encontradas allí.
El diablo también nos desalienta, porque las aspiraciones son
generalmente abiertas. El hecho es que siempre hay margen de mejora, y
siempre podemos hacer más. Pero aquí, el diablo entra, pues, cuando
podemos hacer más, también es posible pensar que no hemos hecho lo
suficiente. Y así el diablo nos desalienta, siembra en nuestros
pensamientos exigencias poco razonables en cuanto a lo que podemos o
debemos hacer en el día a día.
El diablo también nos desalienta a través de cosas simples, como la
fatiga, los fracasos personales que todos experimentamos, contratiempos,
y otros obstáculos que son comunes a la condición humana, y comunes a
vivir en un mundo caído, con recursos limitados.
En todas estas formas el diablo trata de desanimarnos, para querer,
en algún nivel, que renunciemos. Sólo un sentido bien desarrollado de la
humildad puede ayudar a salvarnos de estas obras desalentadoras de
satanás. Porque el hecho es, que la humildad, que es la reverencia por
la verdad sobre nosotros mismos, nos enseña que crezcamos y nos
desarrollemos lentamente y por etapas, y de hecho, hay contratiempos, y
vivimos en un mundo que es duro, y lejos de ser perfecto . El
reconocimiento de estas cosas, y ser humildes, nos ayuda a apoyarnos más
en el Señor, y confiar en su ayuda providencial, que crece en nosotros
gradualmente.