Visión del arribo de María y José a la Gruta de Belén y como se refugian en ella: visión de Catalina Emmerich
DESCRIPCIÓN DE LA GRUTA DE BELÉN.
En la extremidad Sur de la
colina, alrededor de la cual torcía el camino que lleva al valle de los
pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio para María.
Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba al
Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un
lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina…
La gruta era natural;
pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba al valle de
los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en trabajos
toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra
entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para
mayor comodidad.
Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más
amplia, que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor
profundidad, que terminaba debajo de la gruta del pesebre.
La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde
el lugar se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo
de allí y torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y
oscura, en la cual hubo de ocultarse María alguna vez.
Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado
sobre estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese
lado, de modo que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la
parte Meridional tenía la gruta tres aberturas, con rejas por arriba,
por donde entraba aire y luz. Una abertura semejante había en la bóveda
de la misma roca: estaba cubierta de césped y era la extremidad de la
altura sobre la cual estaba edificada la ciudad de Belén.
Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma naturaleza, había que descender más. El
suelo en torno de la gruta se alzaba, de modo que la gruta misma estaba
rodeada de un banco de piedra de variable anchura. Las paredes de la
gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes y
limpias, hasta agradables a la vista.
Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña.
Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía
encender fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta,
más amplia, situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de
José. Detrás de este sitio había un rincón bastante grande, donde cabía
el asno con suficiente forraje.
En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue
donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del
mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado
el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre no era sino una
gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los
animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de
enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los
animales podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí.
Para beber no tenían más que agachar la cabeza al bebedero de piedra que
estaba debajo.
Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta,
estaba sentada la Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres
Reyes a ofrecerle sus dones. Saliendo del pesebre y dando
vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta, se pasaba por frente
a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio donde hizo
José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques de
zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios
objetos.
Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que
conducía al valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse
casitas y en el llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por
estacas. Delante de la gruta la colina bajaba a un valle sin salida,
cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio cuarto de legua. Había
allí zarzales, árboles y jardines. Atravesando una hermosa pradera,
donde había una fuente y pasando bajo los árboles alineados con
simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se encontraba una
colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la
nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen
Santísima se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces.
Sobre esta gruta había un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos
asientos. Desde aquí se podía contemplar Belén mejor que desde la
entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en
los antiguos tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la
promesa, fue concebido y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un
período de penitencia de siete años. Fue allí donde un ángel le dijo a
Eva que Dios le daba a Set en lugar de Abel. Aquí en la gruta de Maraha,
fue escondido y alimentado Set, pues sus hermanos querían quitarle la
vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres
vivían en grutas, pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la
piedra para poder habitar y dormir cómodamente en ellas con sus hijos,
sobre pieles de animales o sobre colchones de hierbas. La
excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber servido de
lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de estas
cosas.
Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la
predicación de Jesús, que el 6 de Octubre el Señor, después de su
bautismo, celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que
los pastores habían transformado en oratorio.
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que
llegó a edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes
montada en un camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus
últimos tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde
Abrahán había alzado sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo
pasado los cien años y viendo llegar su última hora pidió a Abrahán que
la enterrara en esa gruta, acerca de la cual hizo algunas predicciones y
a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la nodriza.
Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una
fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto,
abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de
esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa
de materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta. La
gruta fue ensanchada más tarde, puesto que Abrahán hizo excavar su parte
lateral para la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había
una especie de gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y
gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto en tiempos de
Jesucristo.
Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación
profética con la Madre del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo,
al cual perseguían; pues en la historia de la juventud de Abrahán se
halla también una persecución figurativa de ésta, y su nodriza le salvó
la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era desde tiempos de Abrahán
lugar de devoción, sobre todo para las madres y nodrizas: en esto había
algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se veneraba, de modo
figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había visto en
aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el
monte Carmelo.
Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo alimentado con su leche a un antepasado de María.
No puedo expresar esto bien; pero todo era como un pozo profundo que
iba hasta la fuente de la vida universal y del que siempre se sirvieron,
hasta que María surgió como única fuente de agua limpia e inmaculada.
El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos
parecía un gran tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un
terebinto. Abrahán se encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no
recuerdo ahora en qué ocasión. Este coposo árbol tenía algo de
sagrado para los pastores y las gentes de los alrededores: les gustaba
descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su historia, pero creo
que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente donde los
pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes
singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas
para descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más
tarde he visto que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se
celebró la santa Misa.
JOSÉ Y MARÍA SE REFUGIAN EN LA GRUTA DE BELÉN
Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la
gruta. La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la
casa paterna de José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad,
corrió entonces a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de
ellos. Viendo esto la Virgen, dijo a José:
“¿Ves? seguramente es la voluntad de Dios que entremos aquí”.
José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó un
asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de luz y
penetraba en la gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por atados
de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la
gruta había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó,
preparando un sitio cómodo para María, por el lado del Oriente. Colgó de
la pared una lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó
sobre el lecho que José le había preparado con colchas y envoltorios.
José le pidió humildemente perdón por no haber podido
encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero María, en su
interior, se sentía feliz, llena de santa alegría. Cuando
estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de
la colina, a la pradera, donde corría una fuente y llenándola de agua
volvió a la gruta.
Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un
poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos
los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en
las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para
la venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió
trayendo carbones encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada
de la gruta y encendió fuego con un manojito de astillas; preparó la
comida, que consistió en panecillos y frutas cocidas.
Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María Santísima.
Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo había
visto en la casa de Ana y puso otra arrollada por cabecera. Luego metió
al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar; tapó las
aberturas de la bóveda por donde entraba aire y dispuso en la entrada un
lugarcito para su propio descanso.
Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la
lámpara, y recitó con ella las oraciones correspondientes; después salió
a la ciudad. María se envolvió en sus ropas para el descanso.
Durante la ausencia de José la vi rezando de rodillas. Luego se tendió a
dormir, echándose de lado. Su cabeza descansaba sobre un brazo, encima
de la almohada. José regresó tarde. Rezó una vez más y se tendió
humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.
María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta,
meditando con gran concentración. José salió varias veces: probablemente
fue a la sinagoga de Belén. Los vi comiendo alimentos
preparados días antes y rezando juntos. Por la tarde, cuando los judíos
suelen hacer su paseo del sábado, José condujo a María a la gruta de
Maraha, nodriza de Abrahán. Allí se quedó algún tiempo. Esta gruta era
más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí otro asiento.
También estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando, hasta que
terminó el sábado.
José la volvió a llevar, porque María le dijo que el
nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se
cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del
Señor. María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de
modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo
del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió
también a José que rezara con ella por las gentes que, a causa de la
dureza de sus corazones, no habían querido darles hospitalidad.
José le ofreció traer de Belén a dos piadosas mujeres, que conocía;
pero María le dijo que no tenía necesidad del socorro de nadie.
En cuanto se puso el sol, antes de terminar el sábado, José volvió a
Belén, donde compró los objetos más necesarios: una escudilla, una
mesita baja, frutas secas y pasas de uva, volviendo con todo esto a la
gruta. Fue a la gruta de Maraha y llevó a María a la gruta del pesebre,
donde María se sentó sobre sus colchas, mientras José preparaba la
comida. Comieron y rezaron juntos.
Hizo José una separación entre el lugar para dormir y el resto de la
gruta, ayudándose de unas pértigas de las cuales suspendió algunas
esteras que se encontraban allí. Dio de comer al asno que estaba a la
izquierda de la entrada, atado a la pared. Llenó el comedero del pesebre
de cañas y de pasto y musgo y por encima tendió una colcha. Cuando la
Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole a ponerse en
oración, José colgó del techo varias lámparas encendidas y salió de la
gruta, porque había escuchado un ruido a la entrada. Encontró a la
pollina que hasta entonces había estado vagando en libertad por el valle
de los pastores y volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría,
alrededor de José. Este la ató bajo el alero, delante de la gruta y le
dio su forraje.
Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen
rezando de rodillas sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al
Oriente. Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María
estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la
zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se
prosternó hasta el suelo en oración.