Natividad de la Virgen María, visiones de la beata Ana Catalina Emmerick
VÍSPERA DE LA NATIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA
¡Qué alegría tan grande hay en
toda la naturaleza!… Oigo cantar a los pajaritos, veo a los corderitos y
cabritos saltar de alegría, y a las palomas rondar en bandadas de un
lado a otro con inusitado alborozo, allí donde estuvo antes la casa de
Ana.
Ahora no existe nada: el lugar es todo desierto. Tuve una visión de
peregrinos de muy antiguos tiempos que, recogidos sus vestidos, con
turbantes en las cabezas y largos bastones de viaje, atravesaban esta
comarca para dirigirse al monte Carmelo. Ellos también notaron esta
alegría extraordinaria de la naturaleza. Cuando manifestaron su
extrañeza y preguntaron a las personas con las cuales se hospedaron, la
razón de tal suceso, les respondieron que tales contentos y
manifestaciones de alegría se notan todas las vísperas, desde el
nacimiento de María y que allí había estado la casa de Ana. Hablaron
entonces de un varón santo, de tiempos antiguos, que había observado
esta renovación de la naturaleza, que fue la causa de que se celebrase
entonces la fiesta del nacimiento de María en la Iglesia Católica.
Doscientos cincuenta años después del tránsito de María al cielo vi a
un piadoso peregrino atravesar la Tierra Santa y visitar y anotar todos
los lugares por donde había estado Jesús en su peregrinación sobre la
tierra, para venerarlos y recordarlos. Este hombre gozó de una
inspiración sobrenatural que le guiaba. En algunos lugares se detenía
varios días, probando especial dulzura y contento, y recibía
revelaciones mientras estaba en oración y meditación piadosas. Había
tenido siempre la impresión de que cerca del 8 de septiembre había una
grande alegría en la naturaleza en Tierra Santa y oía en ese tiempo
armoniosos cantos de pájaros.
Finalmente obtuvo, después de mucho pedir en oración, la revelación
de que esa era la fecha del nacimiento de María. Tuvo esta revelación en
el camino al monte Sinaí y el aviso de que allí había una capilla
murada dedicada a María, en una gruta del profeta Elías. Se le dijo que
debía decir estas cosas a los solitarios que habitaban en las faldas del
monte Sinaí, adonde le he visto llegar. Donde ahora están los monjes,
había ya ermitaños que vivían aislados: el lugar era entonces tan
agreste del lado del valle, como ahora, necesitándose un aparato para
poder subir. Observé que, según sus indicaciones, se celebró allí la
festividad del nacimiento de María el 8 de septiembre del año y que
luego pasó esta fiesta a la Iglesia universal.
Vi también que los ermitaños, juntos con el peregrino, escudriñaron
la gruta de Elías buscando la capilla amurallada de María. No era cosa
fácil encontrarla, pues había muchas grutas de antiguos ermitaños y de
los esenios, entre jardines y huertas agrestes, donde aún crecían
hermosas frutas. El vidente dijo que trajeran a un judío, y la gruta de
la cual el judío fuera arrojado afuera, sería la señal de que ésa era la
de Elías. Le fue dicho esto en una revelación.
Tuvo luego la visión de cómo buscaron a un viejo judío y lo llevaron a
la gruta del monte, y como éste era siempre arrojado afuera de una
gruta, que tenía una puerta angosta amurallada, a pesar de que él se
esforzaba por entrar. Por este prodigio reconocieron la gruta de Elías,
dentro de la cual encontraron una segunda cueva amurallada, que había
sido la capilla donde el profeta había orado a la futura Madre del
Salvador.
Allí dentro hallaron huesos sagrados de profetas y de antiguos
padres, como también biombos tejidos y utensilios que habían servido
antiguamente para el servicio divino. El lugar donde estuvo la zarza se
llama, según el lenguaje de la región, “Sombra de Dios”, y es visitado
por los peregrinos, que se descansan antes. La capilla de Elías estaba
hecha con hermosas piedras de colores y floreadas. Hay en las cercanías
una montaña de arena rojiza, en la falda de la cual se cosechan hermosas
frutas.
ORACIONES PARA LA FIESTA DEL NACIMIENTO DE MARÍA
Vi muchas cosas relacionadas con Santa Brígida y tuve conocimiento de
varias comunicaciones hechas a esta santa sobre la Concepción
Inmaculada y la Natividad de María. Recuerdo que la Virgen Santísima le
dijo que cuando las mujeres embarazadas santifican la víspera del día de
su Nacimiento, ayunando y recitando con devoción nueve veces el Ave
María, en honor de los nueve meses que Ella había pasado en el seno de
su madre, y cuando renuevan con frecuencia este ejercicio de piedad en
el curso de su preñez y la víspera de su alumbramiento, acercándose con
piedad a los sacramentos, lleva Ella esas oraciones ante Dios y les
obtiene un parto feliz, aunque las condiciones se presenten difíciles.
En cuanto a mí, se me acercó la Virgen y me dijo, entre otras cosas,
que quien en el día de hoy, (festividad del Nacimiento de La Virgen) por
la tarde, recite con devoción nueve veces el Ave María en honor de su
permanencia de nueve meses en el seno de su madre (Santa Ana) y de su
nacimiento, y continúe durante nueve días este ejercicio de piedad, da a
los ángeles cada día nueve flores destinadas a formar un ramillete que
Ella recibe en el cielo y presenta a la Santísima Trinidad, con el fin
de obtener una gracia para la persona que ha dicho esas mismas
oraciones.
Más tarde me sentí transportada a la altura, entre el cielo y la
tierra. Debajo estaba la tierra, oscura y esfumada. En el cielo, entre
los coros de los ángeles y santos, vi a la Santísima Virgen ante el
trono de Dios. Pude ver construir para Ella, con las oraciones y las
devociones de los fieles del mundo dos puertas o tronos de honor que
crecían hasta formar iglesias, palacios y ciudades enteras. Me admiró
que estos edificios estuvieran hechos totalmente de plantas, flores y
guirnaldas, expresando, las diversas especies, la naturaleza y el mérito
de las oraciones, dichas por los individuos o por las comunidades. Vi
que para conducirlo hasta el cielo los ángeles y santos tomaban todo
esto de entre las manos de quienes decían tales oraciones.
NATIVIDAD DE LA VIRGEN SANTÍSIMA
Con varios días de anticipación había anunciado Ana a Joaquín que se
acercaba su alumbramiento. Con este motivo envió ella mensajeros a
Séforis, a su hermana menor Marha; al valle de de Zabulón, a la viuda
Enue, hermana de Isabel; y a Betsaida, a su sobrina María Salomé,
llamándolas a su lado. Vi a Joaquín, la víspera del alumbramiento de
Ana, que enviaba numerosos siervos a los prados donde estaban sus
rebaños, yendo él mismo al más cercano.
Entre las nuevas criadas de Ana, sólo guardó en su casa a aquéllas
cuyo servicio era necesario. Vi a María Helí, la hija mayor de Ana,
ocupándose en los quehaceres domésticos. Tenía entonces unos diecinueve
años, y habiéndose casado con Cleofás, jefe de los pastores de Joaquín,
era madre de una niñita llamada María de Cleofás, de más o menos cuatro
años en aquel momento. Joaquín oró, eligió sus más hermosos corderos,
cabritos y bueyes y los envió al templo como sacrificio de acción de
gracias. No volvió a casa hasta el anochecer.
Por la noche vi llegar a casa de Ana a sus tres parientas. La visitaron en su habitación situada detrás del hogar, y la besaron. Después de haberles anunciado la proximidad de su alumbramiento, Ana, poniéndose de pie, entonó con ellas un cántico concebido más o menos en estos términos: “Alabad a Dios, el Señor, que ha tenido piedad de su pueblo, que ha cumplido la promesa hecha a Adán en el paraíso, cuando le dijo que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente…”. No me es posible repetir todo con exactitud. Se encontraba Ana en éxtasis, enumerando en su cántico todas las imágenes que figuraban a María. Decía: “El germen dado por Dios a Abraham ha llegado a su madurez en mi misma”. Hablaba luego de Isaac, prometido de Sara, y agregaba: “El florecimiento de la vara de Aarón se ha cumplido en mí”.
Por la noche vi llegar a casa de Ana a sus tres parientas. La visitaron en su habitación situada detrás del hogar, y la besaron. Después de haberles anunciado la proximidad de su alumbramiento, Ana, poniéndose de pie, entonó con ellas un cántico concebido más o menos en estos términos: “Alabad a Dios, el Señor, que ha tenido piedad de su pueblo, que ha cumplido la promesa hecha a Adán en el paraíso, cuando le dijo que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente…”. No me es posible repetir todo con exactitud. Se encontraba Ana en éxtasis, enumerando en su cántico todas las imágenes que figuraban a María. Decía: “El germen dado por Dios a Abraham ha llegado a su madurez en mi misma”. Hablaba luego de Isaac, prometido de Sara, y agregaba: “El florecimiento de la vara de Aarón se ha cumplido en mí”.
La he visto penetrada de luz en medio de su aposento, lleno de
resplandores, donde aparecía también, en lo alto, la escala de Jacob.
Las mujeres, llenas de asombro y de júbilo, estaban como arrobadas, y
creo que vieron la aparición. Después de la oración de bienvenida se
sirvió a las mujeres una pequeña comida de frutas y agua mezclada con
bálsamo. Comieron y bebieron de pie, y fueron a dormir algunas horas
para reposar del viaje. Ana permaneció levantada, y oró. Hacia la media
noche, despertó a sus parientas para orar juntas, siguiéndola éstas
detrás de una cortina cerca del lecho. Ana abrió las puertas de una
alacena embutida en el muro, donde se hallaban varias reliquias dentro
de una caja. Vi luces encendidas a cada lado; pero no sé si eran
lámparas. Al pie de este pequeño altar había un escabel tapizado.
El relicario contenía algunos cabellos de Sara, a quien Ana profesaba
veneración; huesos de José, que Moisés había traído de Egipto; algo de
Tobías, quizás un trozo de vestido, y el pequeño vaso brillante en forma
de pera donde había bebido Abraham al recibir la bendición del ángel y
que Joaquín había recibido junto con la bendición. Ahora sé que esta
bendición constaba de pan y vino y era como un alimento sacramental. Ana
se arrodilló delante de la alacena. A cada lado de ella estaba una de
las dos mujeres, y la tercera, detrás. Recitó un cántico: creo que se
trataba de la zarza ardiente de Moisés.
Vi entonces un resplandor celestial que llenó la habitación, y que
moviéndose, condensábase en torno de Ana. Las mujeres cayeron como
desvanecidas con el rostro pegado al suelo. La luz en torno de Ana tomó
la forma de zarza que ardía junto a Moisés, sobre el monte Horeb, y ya
no me fue posible contemplarla. La llama se proyectaba hacia el
interior: de pronto vi que Ana recibía en sus brazos a la pequeña María,
luminosa, que envolvió en su manto, apretó contra su pecho y colocó
sobre el escabel delante del relicario. Prosiguió luego sus oraciones.
Oí entonces que la niña lloraba. Vi que Ana sacaba unos lienzos debajo
del gran velo que la cubría y fajándola, dejaba la cabeza, el pecho y
los brazos descubiertos. La aparición de la zarza ardiendo desapareció.
Levantáronse entonces las mujeres y en medio de la mayor admiración recibieron en brazos a la criatura recién nacida, derramando lágrimas de alegría. Entonaron todas juntas un cántico de acción de gracias, y Ana alzó a la niña en el aire como para ofrecerla. Vi entonces que la habitación se volvió a llenar de luces y oí a los ángeles que cantaban Gloria y Aleluya. Pude escuchar todo lo que decían: supe que, según lo anunciaban, veinte días más tarde la niña recibiría el nombre de María. Entró Ana en su alcoba y se acostó.
Levantáronse entonces las mujeres y en medio de la mayor admiración recibieron en brazos a la criatura recién nacida, derramando lágrimas de alegría. Entonaron todas juntas un cántico de acción de gracias, y Ana alzó a la niña en el aire como para ofrecerla. Vi entonces que la habitación se volvió a llenar de luces y oí a los ángeles que cantaban Gloria y Aleluya. Pude escuchar todo lo que decían: supe que, según lo anunciaban, veinte días más tarde la niña recibiría el nombre de María. Entró Ana en su alcoba y se acostó.
Las mujeres tomaron a la niña, la despojaron de la faja, la lavaron
y, fajándola de nuevo, la llevaron en seguida junto a su madre, cuyo
lecho estaba dispuesto de tal manera que se podía fijar contra él una
pequeña canasta calada, donde tenía la niña un sitio separado al lado de
su madre. Las mujeres llamaron entonces a Joaquín, el cual se acercó al
lecho de Ana, y arrodillándose, derramó abundantes lágrimas de alegría
sobre la niña. La alzó en sus brazos y entonó un cántico de alabanzas,
como Zacarías en el nacimiento del Bautista. Habló en el cántico del
santo germen, que colocado por Dios en Abraham se había perpetuado en el
pueblo de Dios y en la Alianza, cuyo sello era la circuncisión y que
con esta niña llegaba a su más alto florecimiento. Oí decir en el
cántico que aquellas palabras del profeta: “Un vástago brotará de la
raíz de Jessé”, cumplíase en este momento perfectamente. Dijo también,
con mucho fervor y humildad, que después de esto moriría contento.
Noté que María Helí, la hija mayor de Ana, llegó bastante tarde para
ver a la niña. A pesar de ser madre ella misma, desde varios años atrás,
no había asistido al nacimiento de María quizás porque, según las leyes
judías, una hija no debía hallarse al lado de su madre en tales
circunstancias. Al día siguiente vi a los servidores, a las criadas y a
mucha gente del país reunidos en torno de la casa. Se les hacía entrar
sucesivamente, y la niña María fue mostrada a todos por las mujeres que
la atendían. Otros vecinos acudían porque durante la noche había
aparecido una luz encima de la casa, y porque el alumbramiento de Ana,
después de tantos años de esterilidad, era considerado como una especial
gracia del cielo.
LA NATIVIDAD DE MARÍA EN EL ORBE
En el instante en que la pequeña María se hallaba en los brazos de
Santa Ana, la vi en el cielo presentada ante la Santísima Trinidad y
saludada con júbilo por todos los coros celestiales. Entendí que le
fueron manifestados de modo sobrenatural todas sus alegrías, sus dolores
y su futuro destino. María recibió el conocimiento de los más profundos
misterios, guardando, sin embargo, su inocencia y candor de niña.
Nosotros no podemos comprender la ciencia que le fue dada, porque la
nuestra tiene su origen en el árbol fatal del Paraíso terrenal. Ella
conoció todo esto como el niño conoce el seno de la madre donde debe
buscar su alimento.
Cuando terminó la contemplación en la cual vi a la niña María en el
cielo, instruida por la gracia divina, por primera vez pude verla
llorar. Vi anunciado el nacimiento de María en el Limbo a los santos
Patriarcas en el mismo momento penetrados de alegría inexplicable,
porque se había cumplido la promesa hecha en el Paraíso. Supe también
que hubo un progreso en el estado de gracia de los Patriarcas: su morada
se hacía más clara, más amplia y adquirían mayor influencia sobre las
cosas que acontecían en el mundo. Era como si todos sus trabajos, todas
sus penitencias de su vida, todos sus combates, sus oraciones y sus
ansias hubiesen llegado, por decirlo así, a su completa madurez
produciendo frutos de paz y de gracia.
Observé un gran movimiento de alegría en toda la naturaleza al
nacimiento de María; en los animales, y en el corazón de los hombres de
bien; y oí armoniosos cantos por doquiera. Los pecadores se sintieron
como angustiados y experimentaron pena y aflicción. Vi que en Nazaret y
en las regiones de la Tierra Prometida varios poseídos del demonio se
agitaban en medio de convulsiones violentas. Corrían de un lado a otro
con grandes clamores; los demonios bramaban por boca de ellos clamando:
“¡Hay que salir!… ¡Hay que salir!…”. He visto en Jerusalén al piadoso
sacerdote Simeón, que habitaba cerca del templo, en el momento del
nacimiento de María, sobresaltado por los clamores desaforados de locos y
posesos, encerrados en un edificio contiguo a la montaña del templo,
sobre el cual tenía Simeón derechos de vigilancia.
Lo vi dirigirse a media noche a la plaza, delante de la casa de los
posesos. Un hombre que allí habitaba le preguntó la causa de aquellos
gritos, que interrumpían el sueño de todo el mundo. Uno de los posesos
clamó con más fuerza para que lo dejaran salir. Abrió Simeón la puerta y
el poseso gritó, precipitándose afuera, por boca de Satanás: “Hay que
salir… Debemos salir… Ha nacido una Virgen… ¡Son tantos los ángeles que
nos atormentan sobre la tierra, que debemos partir, pues ya no podemos
poseer un sólo hombre más…!”. Vi a Simeón orando con mucho fervor. El
desgraciado poseso fue arrojado violentamente sobre la plaza, de un lado
a otro; y vi que el demonio salía por fin de su boca.
Quedé muy contenta de haber visto al anciano Simeón. Vi también a la
profetisa Ana y a Noemí, hermana de la madre de Lázaro, que habitaba en
el templo y fue más tarde la maestra de la niña María. Fueron
despertadas y se enteraron, por medio de visiones, de que había nacido
una criatura de predilección. Se reunieron y se comunicaron unas a otras
las cosas que acababan de saber. Creo que ellas conocían ya a Santa
Ana.
ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE MARÍA VIRGEN
En el país de los Reyes Magos mujeres videntes tuvieron visiones del
nacimiento de la Santísima Virgen. Ellas decían a los sacerdotes que
había nacido una Virgen, para saludar a la cual habían bajado muchos
espíritus del cielo; que otros espíritus malignos se lamentaban de ello.
También los Reyes Magos, que observaban los astros, vieron figuras y
representaciones del acontecimiento. En Egipto, la misma noche del
nacimiento de María, fue arrojado del templo un ídolo y echado a las
aguas del mar. Otro ídolo cayó de su pedestal y se deshizo en pedazos.
Llegaron más tarde a casa de Ana varios parientes de Joaquín que acudían
desde el valle de Zabulón y algunos siervos que habían estado lejos. A
todos les fue mostrada la niña María.
En casa se preparó una comida para los visitantes. Más tarde
concurrieron muchas gentes para ver a la niña María, de modo que fue
sacada de su cuna y puesta en sitio elevado, como sobre un caballete, en
la parte anterior de la casa. Estaba sobre lienzos colorados y blancos
por encima, fajada con lienzos colorados y blancos transparentes hasta
debajo de los bracitos. Sus cabellos eran rubios y rizados. He visto
después a María Cleofás, la hija de María Helí y de Cleofás, nieta de
Ana, de algunos años de edad, jugar con María y besarla. Era María
Cleofás una niña fuerte y robusta, tenía un vestidito sin mangas, con
bordes colorados y adornos de rojas manzanas bordadas. En los brazos
descubiertos llevaba coronitas blancas que parecían de seda, lana o
plumas. La niña María tenía también un velo transparente alrededor del
cuello.
0 comentarios:
Publicar un comentario