LOURDES INUNDADO. DURO SIGNO
En apenas 24 horas las aguas del Gave desbordaron. Los
accesos al santuario imposibles y la Gruta quedó bajo las aguas. Quizá la
última vez que se vio algo igual fue el año 1937.
Extraños tiempos, extraños signos. Unas aguas torrenciales
de las que sólo se ha salvado la roca que fue pisada por Nuestra Señora. El
resto ha quedado a merced de la furia las aguas. Pero estos extraños tiempos
nos permiten palpar con los sentidos lo que no alcanza nuestra escasa fe y
nuestra dormida inteligencia. Todo se inunda, todo, y sólo queda la Madre. Pero
como no queremos creerlo no podemos verlo. Y viene el signo en nuestra ayuda,
para evidenciar lo que gritan los días y no se quiere oír.
Porque Lourdes se inundaba a las puertas de grandes eventos,
como llamando la atención. Como siendo señal de cuanto pasa y cuanto está por
pasar.
Y así, el primero, el actual Sínodo de los Obispos, todavía
en curso, ayuno de referencias sinceras y claras a la necesidad del culto a
nuestra Santísima Madre. El mismo Instrumentum Laboris apenas citará 7 veces a
nuestra Señora, por 3 veces que lo hará el lineamenta. Como si se pudiese
avanzar sin Ella. Como si no fuera Ella quien está atrayendo a tantos hacía
Dios en estos tiempos confusos. Porque la fe se apaga en la iglesias, pero
revive en los Santuarios. La fe se apaga en las parroquias, pero renace en las
que tienen a María por Modelo, Madre y Guía. Quizá por ello las aguas anegaban
todo, dejando más manifiesta y nítida la roca que besó las plantas de la
Inmaculada. Como si nos dijera que cuando todo hace aguas, cuando todo sucumbe,
Ella está en pie. Y se lo decía visualmente, con esta imagen tremenda, a sus hijos
reunidos en un Sínodo que a día de hoy sigue menospreciando la importancia del
culto mariano, la importancia de acudir públicamente a María.
Pero no muy lejos de la Gruta, al otro lado de los Pirineos,
España constatará horas después otra verdad: que cuando se ha olvidado a Dios,
sólo se abre el camino de la destrucción. Ayer fue el País Vasco quien ha
elegido libremente a los secesionistas, a los hijos del terror. Mañana será
Cataluña. Las aguas de la destrucción también bajan a raudales por España, a través
del cauce político, económico y social, en lo que será un encuentro de tres
aguas embravecidas que anegarán todo. Pero el signo se nos ha anticipado. Ella,
a quien pertenece esta tierra, que es Suya, sigue en pie.
Y no mucho más allá, las próximas elecciones en Estados
Unidos. Sin saber a ciencia cierta si en este caso de nuevo el signo anticipa
el significado: que sin María, sin un sí a Dios en las vidas, en los corazones,
sólo cabe la acometida de las aguas, sea quien sea el que se haga con el poder,
como si tanto diera Obama o Romney mientras no cambie el decálogo moral que
gobierne el despacho oval.
Y como no se quiere ver, como no se quiere entender la
gravedad de la ausencia de Dios en las sociedades, debe ser la naturaleza la
que evidencie la gravedad de tal ausencia. Y a veces lo hace con signos como
este, con unas aguas desbordando todo, toda estructura humana, económica y
religiosa, para dejar sólo en pie, desnudo de todo artificio, la presencia de
María. Entonces se percibe la cruel burla que supone buscar soluciones a un
sistema económico ayuno de Dios como si sólo con ello todo fuera a
restablecerse, la paz del mundo y la paz de los corazones.
Es un aspecto desconcertante, la Santísima Virgen, la que no
prometió la felicidad en la tierra a Bernardette, es la única que puede dar
felicidad a la tierra. Quizá por eso las aguas, como una tromba violenta,
anegando el santuario y la gruta, han anegado hoteles y tiendas. Como signo de
la violencia del que, actuando contra Dios, acaba actuando contra el hombre.
Por eso la estatua de la Inmaculada, que no logran alcanzar las aguas, es
nuevamente el desconcertante signo que habrá de dar paz al mundo. Como esa
imagen de la Santísima Virgen que ya viera san Juan Bosco emergiendo del mar,
como columna de victoria, sólo que ahora la vemos sobre las aguas como
recordándonos una verdad anterior: que primero hay que acudir a Ella. No en
vano diría a Bernardette en su 13ª aparición: “ve y di a los sacerdotes… que se
debe venir en procesión”. No ya tanto a esa gruta que, como símbolo, ha quedado
anegada, sino directamente a la Madre, en un volverse hacia Ella, en el corazón
y en la oración, pero también en lo público “pues que se debe erigir una
capilla” diría a Bernardette, en la que públicamente honrar a la Señora. Porque
si Ella ha de ser esa columna que, junto a la Eucaristía, alcance la paz del
mundo, lógico es darle culto públicamente.
Y como parece que eso se olvida, que en la Iglesia se buscan
estrategias sinodales lejos de la Señora, las torrenciales aguas de estos días
sólo han dejado en la gruta tres signos a la vista: las velas de la
intercesión, la Cruz del altar que no ha podido ser ahogada, y la Santísima
Madre, a la que las lluvias del Cielo han respetado en la roca de su santuario.
Pero curiosos signos: las velas de la intercesión, signo de los sufrimientos de
los hombres, bajo las aguas, ahogadas en la corriente; la cruz de Cristo que,
queriendo ser arrastrada por la corriente, permanece. Y María, a la que el
Cielo salva del torrente, como signo de que es Ella quien nos ha de salvar.
Fuente: Religión en Libertad
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